Opinión
Irse a la cama
Millones de personas acaban su día igual, abriendo un libro en la cama, y al rato durmiéndose. La cama es parte indisociable de la historia de la lectura. A menudo, la relación del ser humano con ella empieza así: los padres leyendo a los hijos sus primeros cuentos, y en un momento posterior, los niños aprendiendo a hacerlo por sí mismos. Crecen, y si las cosas van muy bien, lo hacen durante toda su vida. También en la cama. O no. Leer un rato antes de dormirse constituye una práctica extendida, un placer al alcance de cualquiera, sencillo, útil, barato. Aunque algunos no podemos. Yo ni lo intento. Porque leería dos minutos, a lo sumo, y caería derrotado, destrozado, aniquilado de la faz de la tierra por el sueño. En algún momento mi cuerpo cambió, y ya se limita a leer sentado o, como mucho, tendido en el sofá.
No siempre leer en la cama fue un acto gozoso y seguro. Hace poco leí la historia George de Grey, tercer barón de Walsingham, a quien sus sirvientes encontraron carbonizado en sus aposentos una mañana de 1831. The Spectator recogió en una nota que sus restos habían sido completamente destruidos, y «solamente la cabeza y parte del esqueleto presentaban apariencia de humanidad». Su esposa tuvo un final no menos doloroso: saltó por la ventaja para escapar del fuego y se mató en la caída, al encontrar el suelo. La investigación de los hechos asignó a lord Walsingham «una muerte de moda» por esa época. Se llegó a la conclusión de que debió de quedarse dormido mientras leía, «una práctica casi sinónimo de muerte por fuego porque requería el uso de velas».
El trágico accidente funcionó como una advertencia para navegantes. A raíz de su muerte se instó a los lectores a no tentar a Dios con el vicio de llevar un libro a la cama, considerado un fracaso moral frente a la oración, mucho más segura y capaz de proteger a uno contra el mal. La exageración era flagrante. Al parecer, de los 29.069 incendios registrados en Londres entre 1833 y 1866, solo 34 se atribuyeron a la lectura en la cama. Los gatos fueron responsables de un número parecido.
Leer en la cama generó polémica en parte porque no existían precedentes: en el pasado, la lectura había sido siempre una práctica comunitaria y oral. La lectura silenciosa era un acto tan raro que, en sus Confesiones, San Agustín comenta que se quedó asombrado al ver a San Ambrosio, obispo de Milán, leer un texto simplemente moviendo sus ojos por la página, mientras «su voz estaba en silencio y su lengua permanecía quieta». Hasta los siglos XVII y XVIII llevarse un libro a la cama constituía un privilegio extrañísimo, reservado a los pocos que sabían leer, tenían acceso a libros y además disponían de los medios para estar solos. La invención de la imprenta transformó la lectura silenciosa en una práctica más común, y las concepciones emergentes de la privacidad permitieron que los dormitorios dejasen de ser espacios atestados de gente, y poco a poco se volviesen habitaciones íntimas y tranquilas. Y así llegamos al presente, cuando tal vez el mejor momento del día consiste en entrar en el dormitorio, cerrar la puerta y etcétera.
Suscríbete para seguir leyendo
- Muere un lucense de 78 años en la playa de A Lanzada
- Roban un coche en Vigo, lo empotran y el conductor, borracho y sin carné, se va a la terraza de un bar
- Evacuada en helicóptero una trabajadora atrapada por una mano en una máquina en Moraña
- Hallan el cuerpo de un niño ahogado en Pedras Miúdas tras dos horas de angustiosa búsqueda
- Bruselas certifica la prórroga ilegal de la AP-9, pero el Gobierno insistirá en apelar
- Organizan una despedida sobre ruedas para Brais, el joven motorista de O Rosal fallecido ayer
- Davila 17/07/2025
- La tragedia en Sevilla pone el foco de nuevo en la seguridad laboral: 'Nos quejábamos, pero nadie hacía nada